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Un cáncer de huesos en la cara cambió todo lo que creía saber sobre el envejecimiento

Un cáncer de huesos en la cara cambió todo lo que creía saber sobre el envejecimiento

Kathleen Watt era una cantante de ópera profesional de 43 años cuando le descubrieron un sarcoma osteogénico -también conocido como cáncer de hueso- detrás del pómulo. Una serie de intervenciones quirúrgicas erradicaron el tumor, pero las cicatrices que quedaron han tenido un profundo impacto en la forma en que se ve a sí misma en el espejo. En su nuevo libro Rearranged, del que a continuación reproducimos un extracto modificado, Watt reflexiona sobre la impermanencia de la belleza y sobre cómo volver a amar su rostro tras el cáncer.

Después de una docena de operaciones para extirparme un tumor canceroso del tamaño de una pelota de golf del pómulo, junto con todos los huesos que había tocado, mi cirujano y yo hablamos de reparar los restos que habían quedado.

"No puedo devolverte lo que la naturaleza te dio", empezó.

"Bueno, está bien", respondí, a pocos meses de cumplir 45 años. "Mi cara iba a cambiar pronto de todos modos".

Pensando en el pasado, me sorprende lo fácilmente que había confundido la desfiguración facial con los cambios naturales que se acumulan en el rostro de una mujer; lo despreocupadamente que me había sometido a un número x de revisiones quirúrgicas, sintiéndome sobre mis rasgos envejecidos de la misma manera que me sentía sobre la desfiguración postoperatoria. Y, sinceramente, prefería poder culpar a un salvaje cáncer de huesos en lugar de "culparme" a mí misma por el envejecimiento de mi cara. Vaya, ¡es mucho más fácil estar desfigurado que ser viejo!

Estas vanidades perversas no se originaron en mí.

Una instantánea de mi madre cogida del brazo con sus tres hijas en flor era oportuna, quintaesencial y lo bastante bonita como para guardarla y enmarcarla, pero no antes de que mi madre la hubiera cogido con un rotulador para convertir su cuello de pico veraniego en un cuello alto negro que todo lo perdona. Incluso la poeta ultrafeminista May Sarton describió una vez a una mujer que envejece como "un grotesco animal miserable".

Cómo resentía este veneno contra los ciclos de la vida, especialmente el mío. Porque yo tenía mi vida, mis miembros y mi amor. Me habían salvado la gracia, la brillantez, la dedicación y el valor. Quejarme de la vejez, incluso dentro de mi cabeza, era mezquino e indigno, lo sabía.

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